Los hay que viajan siempre en el carril derecho de la carretera. Van despacio, cautos, sin saltarse una sola señal de tráfico ni traspasar ningún límite de velocidad. Conducen tranquilos, pacientes, con la vista siempre puesta al frente, las manos perfectamente situadas entre las diez y diez y las tres menos cuarto, muy sujetas al volante, y guardando la distancia idónea con el auto de delante para poder hacer a tiempo una frenada de emergencia, si se diera.
Pero no conducen. Creen que manejan el volante pero son meros pasajeros en el tren de la vida. Será una contradicción pero los hay en realidad que viajan, sin saberlo, sentados en la parte trasera de un coche de tres puertas, mirando el paisaje por la ventanilla con los cascos puestos, ajenos a todo lo que acontece a su alrededor. Viendo la vida pasar, sin subidas ni bajadas bruscas. Están en equilibrio, no sufrirán ningún sobresalto, y jamás se tragarán un inesperado badén, pero no son pilotos de su carretera.
Los hay, sin embargo, que marchan siempre por el carril de la izquierda. Viven deprisa, adelantan, sortean, aceleran y dan frenazos bruscos. Viajan. Conducen. Sin paciencia, arriesgados, con la ventanilla bajada, el pelo al viento y la radio sintonizada a más decibelios de los debidos. Estos van sin cinturón. Mirando al frente, abajo, arriba, a su izquierda y a su derecha, pero absorbiéndolo todo.
Qué de contradicciones. Un buen amigo me decía siempre que la indecisión provoca atascos. Claro que siempre lo decía a pie de una rotonda con un sinfín de salidas.
Yo, sin embargo, llevo conduciendo poco tiempo. En el coche. Quizá también en la vida. Al menos en el carril de la izquierda. Y lo cierto es que nunca he sabido ir despacio. Ni en la vida. Ni ahora en la carretera.
Me supera la impaciencia, me exasperan los semáforos, los límites de velocidad. He debido saltarme ya todas las normas. Las humanas y las divinas. También las de circulación.
Me he bebido la vida a tragos largos. He vivido acelerones, he caído en picado por pendientes con los frenos desgastados, me ha tragado badenes y atascado en socavones inesperados.
Y a veces hay que encontrar el equilibrio. Pero cuánto tiempo puedes permanecer en el carril de en medio sin molestar o sentirte inoportuno. O estás en uno o estás en otro y el del medio es solo un alivio en el camino. Para los del carril de la derecha resulta el estadio perfecto para acelerar y adelantar en el momento justo. Para los del carril izquierdo, un intervalo de descanso, una pequeña retirada, a veces necesaria para dejar adelantar al que va de detrás, que va más deprisa que tú, y poder después recuperar tu ritmo.
La intensidad es arriesgada y lidia en una calzada con los ‘contra’ más altos del ranking, pero también con los primeros de la lista en los ‘pros’. Yo prefiero seguir viajando con la ventanilla bajada, sintiendo a 280 km/h, amando sin frenos y, si llega la pendiente, si no me da tiempo a frenar, que me pille el socavón más profundo. Es el peaje del carril izquierdo de la vida.
No quiero ser un pasajero de ventanilla. Quiero ser piloto de TODO el horizonte, conducir siempre en el carril izquierdo de la carretera, sin espejo retrovisor, viajar deprisa, beber el TIEMPO, absorber el instante, exprimir cada emoción hasta rozar la LOCURA.