Nuevo otoño sin leña

El frío acecha. Pero aún hoy no hay leña cortada para encender la lumbre, ni falta hace. El otoño asoma temprano y todavía nos aferramos al calor de los días pasados, a ese cielo azul, a ese sol penetrante de Madrid que traspasa las rendijas de cualquier ventana, a esa sequedad que te irrita la piel en verano pero echas de menos cuando el aire empieza a mojar. Llega la lluvia y los pies descalzos demoran su cierre. Las piernas aún se escoltan tras sus faldas pero tiemblan.

Las nubes empiezan a anunciar el final del recreo, de los amaneceres, de las puestas de sol, del tiempo al aire libre. Aún más hoy donde los espacios cerrados puedan resultar una condena y las estufas de las terrazas aún están a falta de gas.

Otro invierno de pandemia. Asusta. Las barras de los bares lloran porque hay codos que no se posan si no es con aire ventilado. Las mascarillas se humedecen y sus portadores deciden abandonar los bozales e irse a casa.

La mal llamada ‘gripe española’ parecía un espejo del que ya solo queda una sombra. ¿Cuánto tiempo? ¿Cuántas vacunas faltan?

Los niños piden oler, los adultos respirar. Las manos estrecharse, los brazos abrazar y los labios besarse. Es como si el tren se hubiese detenido en una parada inhóspita. Es tierra salvaje, desierta, desconocida… Y sin certeza futura.

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