Hacía tiempo que me sonaban ecos, murmullos entre la brisa que me acariciaba en la terraza a escasos segundos de que el sol rozase su punto más álgido en el horizonte. Era un tintineo incesante siempre a la misma hora mientras me fumaba un pitillo de asueto entre artículos e informes. Alarmas lejanas que oyes pero no paras a escuchar porque el ruido de la rutina entremezcla los sonidos de tu abarrotado cerebro.
Eran tiempos veloces, días sin día, horas sin hora, minutos sin minuto y segundos sin segundo. Hoy he cumplido 39 años. No me he dado cuenta al abrir el portón de la terraza, que convergía en el mismo espacio y tiempo que hace unas semanas.
Hoy he tardado en encenderme el cigarro y no he soltado un café amargo en la mesa para atender al teléfono. Hoy he salido con un zumo de naranja y un croissant y, mientras miraba el cielo, observaba el vuelo de los gorriones y me daba cuenta de que hacía tiempo no regaba las flores de mi jardín, he escuchado por fin las campanas de la iglesia.
He sentido paz y desconcierto a la misma temperatura. Treinta seis grados in crescendo – corpóreamente me suelo mantener en los 35 centígrados –. Por fin he visto el lienzo en blanco a pintar en medio del paisaje. Hoy no había nubes a las que dar forma, había que pintarlas. Un cielo completamente despejado me invitaba a soñar.
A veces pensamos que nos faltan lienzos, otras que lo tenemos pero nos faltan pinturas, otras que los pinceles están completamente secos y obsoletos, y otras que tienes unos dedos muy largos para pintar con fresas si hace falta.
El pasado puede ser tristeza melancólica, el futuro ansiedad o angustia, el presente es montar el caballete y asentarlo firme en tu imaginación.
Felicidades 🥳 a no ser que sólo sea un recurso literario
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