El miedo. El miedo te atrapa, te bloquea, te mengua, te condena a prisión. El miedo es capaz de arrancarte tu propia esencia del ser. Porque dejas de ser para parecer. El miedo es una sustancia venenosa, como una sanguijuela que te chupa la sangre, como una vacuna que te sacude y de pronto se apropia de tu energía vital. La noche se vuelve el día y el día la noche. El miedo tiene más barrotes que los de cualquier cárcel de Guantánamo. Te esposa de pies y manos, pero la privación de andar no te priva más que del movimiento. El miedo paraliza tu ser, tu apariencia, tu alma, tus ganas, tus sueños, tu dejarte sentir, aflorar, crecer y avanzar.
Nadie quiere consumirse como una vela en Navidad. Encendida como fuego ardiente, cálido, vívido, fuerte, y olvidado después por falta de cera y llama.
Nos aferramos a lo seguro, a lo material, al nido, a lo no caduco, pero todo se desvanece cuando llega una Filomena. El temporal arrasa, arrastra, destruye cimientos y árboles. Y te quedas sin ramas en el nido, sin los muros de tu casa, sin las hojas que te regalaban la brisa de libertad. Y llega la incertidumbre. La incertidumbre es la valla de cualquier ser humano. Algunos la sortean o la saltan, y otros se quedan inmóviles esperando a que se desplace, al menos unos centímetros donde poder asomar la cabeza y tomar un sorbo de aire que te permita respirar el tiempo suficiente hasta que alguien coja unos alicates y corte el alambre.
Qué tiempo tan valioso perdido. Mira en el trastero, en la mochila a la espalda. Las herramientas que portas son tan diversas como frágiles tus ganas de encontrarlas.
El miedo es un nicho cementado sin nombre. Pero hay tumbas donde se siembra y nacen flores con apellido.
El COVID mata. De forma repentina y sin avisar. No importa raza, edad o religión, mata y mata sin sentido y su vacuna ahora a veces parece un remedio casero del que debemos fiarnos para no enfermar ni a ti ni a los demás, a veces casi por un sentimiento de civismo y solidaridad. Pero sin certezas. Ni niego ni aplaudo más que a sanitarios cansados. Solo sé que no sé nada. Y la incertidumbre acecha desde hace más de año y medio.
Esto no es una reivindicación, es un ‘hagamos pensar’, mientras no haya certezas. Porque esta pandemia no solo está matando a gente infectada sino también a gente que padece de miedo e incertidumbre. La verdadera pandemia del siglo XXI es la ansiedad ante un mundo oligárquico del que nada se espera.