A veces equivocamos las palabras, unas porque van cargadas de prejuicios, otras porque pretendemos ser políticamente correctos y otras porque nos basamos en atribuciones erróneas.
Yo soy mujer, yo soy feminista y, sea como fuere, yo sé qué significan ambas formas. Y, advierto, creo que hoy, en esta sociedad, no todo el mundo se ha enterado aún de nada.
En fin, la ignorancia es gratuita, pero este no es el tema a ocupar hoy.
Yo soy mujer porque así soy, estoy, parezco, y me siento.
Y yo, soy feminista, porque defiendo los derechos de las mujeres por ser mujeres. Porque durante años nuestros derechos no han estado equiparados ni se han aproximado, ni de lejos, a los de la otra mitad de la población, los hombres. Y porque si el día de hoy ha de representar un día de lucha es porque, a pesar de las cientos de mujeres que a lo largo de los siglos han trabajado por hacerse oír, defender y luchar por lo que nos corresponde, aún no somos una mitad completamente digna y de pleno derecho.
Hoy las mujeres tenemos que alzar la voz y que se nos oiga en un altavoz:
Porque yo no soy el sexo débil.
Porque cuando trabajo quiero que se atienda primero a mi voz y no al vuelo de mi falda.
Porque mi talento vale y merece el mismo reconocimiento y recompensa que el compañero, con pene o no, de enfrente.
Porque no quiero que se me juzgue por ser soltera ni casada ni madre ni virgen. Ni por llevar falda o pantalón, tacones o playeras, maquillaje o cara descubierta. Porque quiero vestirme cómo me da la gana y no, por ello, soy más o menos mujer, ni más ni menos feminista.
Porque a mis 33 años no quiero que me pregunten en una entrevista de trabajo si tengo previsto quedarme embarazada, en ningún caso, pero si se diera, que se lo pregunten también al pene.
Porque, al igual que el hombre, quiero tener las relaciones íntimas que me plazcan, y que no se me juzgue o, al menos, no de distinta forma que al hombre.
Porque no quiero que a una madre se la penalice por acogerse a la reducción de jornada laboral para atender a sus hijos, o por no acogerse, porque ambos son sus derechos.
Porque cuando voy andando por la calle no respondo a la llamada de un silbido ni atiendo al nombre de ‘bombón’.
Porque ni soy criada, ni soy esclava, de ningún hombre. Y, si me levanto para quitar los platos de la mesa, quiero también que se levante el hombre que tengo sentado en frente, o que, al menos, se espere la acción de ambos y no se le obligue a uno y se le perdone a otro .
Porque, debería ser obvio, las tareas de la vida han de ser corresponsables entre las dos mitades de la población.
Porque a nosotras las mujeres se nos exige cuidar de la casa, de los hijos, de los mayores y de los enfermos, y un hombre, si lo hace se le aplaude, si no, se le exime de esa responsabilidad porque tiene una hermana o una esposa obligada a hacerlo.
Porque los pantalones en una pareja los llevan dos y en un trío tres.
Porque solo yo, mujer con vulva, decido dónde, cuándo y cómo voy a dar a luz a un hijo. Porque soy yo quien lidiará con mi conciencia, mis creencias o mi ateísmo, y no hay religión ni Gobierno que pueda arrebatarme ese derecho.
Porque cuando un hombre levanta la mano a una mujer, aúpa y personifica todos los embates, menoscabos y humillaciones que ha sufrido la mujer a lo largo de la historia, haciendo gala de una creencia errada en la superioridad de su género.
Porque soy mujer y soy un animal, igual que el hombre, y reconozco las capacidades físicas, intelectuales y emocionales que, más o menos desarrolladas me corresponden por ser mujer, y que no me imposibilitan, si no me habilitan a hacer cualquier tarea que realiza el hombre.
Porque, coño, a mí me encanta ser mujer.
Y perdónenme la intromisión pero a mí, también, me encantan los hombres.