El síndrome del espejo

El reflejo del espejo amenaza la rutina. A veces resulta aterrador. Cierras los ojos, lo esquivas pero a veces sin darte cuenta atisbas de reojo que ha vuelto a clavarte las pupilas. No hay escapatoria a la tortura de la visibilidad.

Resultan curiosas las formas de mirar. Cada mirada compone un mundo único, diferente al de todas las demás. Unos miran pero no ven, otros ven pero no miran, algunos reparan con pose analítica la realidad con apenas un abrir y cerrar, unos maquillan los objetos con la imaginación, otros los embrutecen con miradas rudas, incrédulas o desconfiadas, y otros distorsionan los cuerpos por una impresión irracional. Los hay también miopes aunque los que más abundan son los ciegos, aquellos que no ven aun colocándoles una lupa al frente.

1453897011_477533_1453906085_sumario_normalTodo depende del enfoque de la cámara. Los ojos son un órgano poderoso pero no trabajan solos. Conectados por miles de cables, procedentes, a saber… A veces del olfato, otras del oído, unas llegan del corazón; otras son impulsos del cerebro, y otras vienen incluso de la piel.

Así que los ojos huelen, oyen, tocan, sienten, aman, rechazan u odian, pero, lo más importante, recuerdan. Sí, los ojos tienen memoria. Aún en el inconsciente pueden rememorar cada detalle. El rostro de tu madre acunándote, aquella playa donde te bañabas siendo niña, el primer día en el nuevo colegio, tu primer beso… Pero también tu primer rechazo, tu primera decepción, fracaso, ruptura o miedo.

Ahí está, grabado en la retina. De modo que cuando estás despierto, a veces queriendo mirar; otras viendo sin querer, miles de conexiones se activan en el disco duro de nuestro cuerpo.

De ahí que haya paisajes que nos devuelvan el olor a sal de la infancia, que haya comidas que nos provoquen repulsión sin probarlas, de ahí que se nos erice el vello cuando vemos algo que, sin apenas recordar conscientes, nos perturbase en el pasado.

El miedo nace de lo más profundo del ser. Proviene de oscuros secretos que a veces nos oculta la mente. El cerebro selecciona los recuerdos, los clasifica, algunos los deja en el escritorio, al descubierto, y otros los aloja en una carpeta escondida de ese disco que no utilizamos en nuestro particular ordenador.

No obstante, a veces, el cerebro también reemplaza archivos sin abrirnos una ventana para preguntar, sustituyendo documentos reales por ficticios. Será para ahorrar memoria. Hay archivos que pesan demasiado.

Pero ¿cómo se crean esos archivos irreales? Sabemos para qué sirven, sí, nos liberan memoria en el disco y nos protegen ante posibles ataques futuros, pero ¿son sueños? ¿O somos tan inteligentes que inventamos recuerdos para tapar troyanos que nos puedan infectar en el futuro?

Sea como sea, siempre quedan posos imborrables. Ahí están, latentes, al acecho. Y cuando menos te lo esperas te reencuentras ante ese espejo maldito, aterrada, esperando los cuchillos que te atravesarán nada más parpadees. Te quedas sin aire.

Como cuando ves en el cine una imagen de una violencia gráfica demasiado explícita y te tapas los ojos sabiendo el daño que te causará ese frame si mueves un dedo y descubres la pupila.

Nuestro cerebro reinterpreta y reelabora la información que le llega a través de nuestros sentidos. A veces creando análisis erróneos a causa de la fatiga en la retina, otras interponiendo filtros con deliberada premeditación para imprimir oasis.

Y de ahí, los efectos, las ilusiones ópticas, o el llamado ‘síndrome del espejo’, donde de forma involuntaria un sujeto ilustra en su cerebro una imagen donde la pareja compuesta por su persona y la imagen de sí misma resulta una figura totalmente dispar, inconexa y desequilibrada.